martes, 10 de septiembre de 2013

NIÑOS, GUERRA Y EXILIO


              Según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, en un comunicado conjunto, han manifestado que un millón de niños se han visto obligados a abandonar sus hogares a causa de la guerra civil en Siria. Estos niños desplazados, constituyen la mitad de los sirios refugiados, la mayoría de los cuales se encuentra en Jordania, Líbano, Turquía, Egipto e Irak, aunque muchos empiezan a emigrar hacia el Norte de África y Europa.

            De acuerdo con estas cifras, del millón de niños sirios refugiados, 768000 tienen menos de 11 años, mientras que más de dos millones de niños sirios se han desplazado a nivel interno y unos 7000 han muerto en la guerra civil.

                                                                                                     UNICEF y ACNUR han advertido de que, al margen de las consecuencias psicológicas, los niños refugiados se enfrentan a peligros como la explotación sexual, los matrimonios y trabajos forzados, así como al tráfico de menores.

 No son sólo números. Es una forma real de arrancar a los niños de sus hogares y, en algunos casos, de sus familias, enfrentándoles a grandes dolores existenciales.

            Según el Fondo Mundial de las Naciones Unidas para la Infancia, en la última década han muerto dos millones de niños; seis millones se han quedado sin hogar; 12 millones han resultado heridos o discapacitados; y hay por lo menos unos 300.000 niños soldados que participan en 30 conflictos en distintas partes del mundo.

            Los niños son particularmente vulnerables a los estragos de la guerra. Según un estudio de la Naciones Unidas sobre los niños en la guerra, la violencia física, sexual y emocional a la que están expuestos destroza su mundo. La guerra socava los fundamentos mismos de la vida de los niños, destruyendo su hogar, dividiendo sus comunidades y mermando su confianza en los adultos.

            Desde el lado de la paz, todos los niños hacen preguntas sobre la guerra. Especialmente cuando las noticias dan detalles inmediatos y gráficos. No siempre es posible juzgar cuándo un niño está preocupado o con miedo sobre las noticias que oye. Contrario a los temores de muchos padres, hablar de la guerra no va a acrecentar los temores de un niño. Es más dañino el que los niños guarden sus temores dentro de sí mismos que el abordar el tema con ellos. Además las guerras proveen una perfecta oportunidad para comentar temas de prejuicio estereotipado y de agresión, así como maneras no violentas de resolver situaciones. El mirar, leer o examinar juntos las noticias, es la mejor manera de medir sus reacciones y de ayudar al niño o adolescente a tratar apropiadamente la información recibida, sobre todo cuando esa información se refiere al vergonzoso tema de la guerra y sus consecuencias sobre la infancia, porque es una dejadez cuando la Comunidad Internacional le falla a los niños. El último ejemplo lo estamos contemplando en la guerra civil en Siria, donde el millón de niños exiliados por la guerra en ese país, esto es, la mitad de los exiliados sirios, son hoy menores de edad y el mundo desarrollado no ha hecho nada para evitarlo.

            Pero el hecho más deleznable en la relación infancia guerra, lo encontramos en el fenómeno de los niños soldado. En estos momentos, y a nivel mundial, uno de cada 10 soldados en los conflictos armados, es un niño. En este mismo instante hay más de 300.000 niños que están siendo utilizados en guerras en todo el mundo. Los niños  nunca deberían ser soldados, bajo absolutamente ninguna circunstancia, niño y soldado son conceptos que nunca deberían ir juntos.

            Todos estos aspectos se agudizan en la guerra civil, pues en ella se destruye toda la vida política, social y económica de una comunidad. Los niños contemplan, sin comprender, como la violencia y la crueldad de los adultos irrumpe en sus vidas cotidianas, en sus mundos infantiles de fantasías y de juegos, ven como se rompe  el hogar familiar y se dispersan los miembros de la familia, y, muchos de ellos se enfrentan por primera vez con la realidad de la muerte, del exilio y de la explotación.




            El exilio es un tema muy particular. Si una vez terminada la guerra, aquellos niños evacuados al exterior retornan a su país de origen, se reagrupan con sus familiares en un país extranjero ya como exiliados, o permanecen solos en el país que les acogió en un primer momento, las consecuencias psicológicas serán diferentes en función de esas circunstancias, pero de una u otra forma, esas consecuencias se mantendrán a lo largo de toda la vida. Este hecho puedo dar fe de él pues lo he vivido muy de cerca, ya que mi suegro, fallecido el 17 de Marzo de 2013, fue un niño exiliado a México durante nuestra guerra civil que como otros niños tuvieron que abandonar España. Las expediciones infantiles tuvieron como destinos preferentes Francia, Inglaterra, Bélgica y Rusia, y en menor medida países como Suiza, Dinamarca, Noruega y México. En principio se concibieron como estancias transitorias, pero la derrota republicana convirtió para muchos la evacuación temporal en exilio definitivo, bien por decisión de los propios padres de no regresar a la “España de los vencedores”, bien por las trabas puestas para facilitar la repatriación, como sucedió en el caso de la Unión Soviética y México. Los cálculos más fiables hablan de 30.000 menores evacuados durante la guerra y de 70.000 niños víctimas del éxodo iniciado en 1039.

            Hasta el momento de su muerte a los 82 años, los recuerdos de su vida en el exilio estuvieron presentes. Un exilio que se mantuvo desde sus 6 años de edad hasta los 18, cuando regresó desde México a un país de vencedores y limitaciones, teniendo que readaptarse a unas condiciones muy especiales.

            A sus 6 años, junto con dos hermanos, fue arrancado de sus padres, embarcado en un navío (el Méxique”) en Burdeos en dirección a Veracruz y bajo el auspicio de presidente Cárdenas, fueron objeto de un recibimiento entusiasta en Morelia (estado de Michoacán). Sus diez años de exilio dieron “para muchos recuerdos” en lo tocante a lo afectivo, a la extorsión, a la frustración, a la violencia, al miedo, a la dureza, aunque también a la camaradería y la resiliencia.

            La última conversación que mantuve con Julio, antes de que enfermara, fue en Noviembre de 2013 y versó precisamente sobre su recuerdo de cómo tuvo de despedirse con seis años, de su madre, de su padre y demás familiares; de cómo transcurrieron sus primeras 24 horas de viaje llorando, con frío, desorientación y sobre todo “miedo”: “No puedo comprender cómo lo pude resistir”. “Menos mal que iba con mi hermana mayor, que aunque niña, me cuidaba a mí y a mi hermano como si se tratara de una madre”.

            Era una historia que le había oído contar muchas veces, pero esta vez percibí una connotación emocional muy especial. Era un domingo de Noviembre y la TV estaba dando noticias sobre la guerra civil  Siria; la noticia hacía referencia a una guerra que estaba provocando más refugiados y desplazados que ningún otro conflicto en el mundo, seis millones en total. La brutalidad del dato, junto con la presencia dominical de su nieto de cuatro años, activaron en este octogenario una “memoria emocional a largo `plazo” que se dirigió de inmediato al sufrimiento de los niños en las guerras. Algo que él sabía muy bien, pues lo había vivido muy de cerca, marcándole para toda la vida.

            En las guerras, los niños huérfanos o separados de sus familias deberían tener derecho a la identidad, la protección y un lugar donde se garantice su seguridad física. Las necesidades de educación también deberían estar contempladas y sobre todo que los niños separados de sus familias se reencuentren con ellas, y ningún niño menor de 18 años debería empuñar ninguna arma.

            En los últimos diez años, como resultado de guerras comenzadas por adultos, más de un millón de niños han muerto en los últimos años, y un incontable número de niños ha sido enfrentado a la angustia de la pérdida de sus hogares, sus pertenencias y personas cercanas. En estas circunstancias todos los elementos necesarios para el desarrollo de los niños, son seriamente coartados y los daños psicológicos de los conflictos armados son incalculables e imperecederos para toda la vida.


A la memoria de Julio Parreño y a todos los niños que han padecido, padecen y desgraciadamente padecerán  las consecuencias del exilio por causa de las guerras.

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