Según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados,
en un comunicado conjunto, han manifestado que un millón de niños se han visto
obligados a abandonar sus hogares a causa de la guerra civil en Siria. Estos
niños desplazados, constituyen la mitad de los sirios refugiados, la mayoría de
los cuales se encuentra en Jordania, Líbano, Turquía, Egipto e Irak, aunque
muchos empiezan a emigrar hacia el Norte de África y Europa.
De acuerdo con estas cifras, del
millón de niños sirios refugiados, 768000 tienen menos de 11 años, mientras que
más de dos millones de niños sirios se han desplazado a nivel interno y unos
7000 han muerto en la guerra civil.
UNICEF y ACNUR han advertido de que,
al margen de las consecuencias psicológicas, los niños refugiados se enfrentan
a peligros como la explotación sexual, los matrimonios y trabajos forzados, así
como al tráfico de menores.
No son sólo números. Es una forma
real de arrancar a los niños de sus hogares y, en algunos casos, de sus
familias, enfrentándoles a grandes dolores existenciales.
Según el Fondo Mundial de las
Naciones Unidas para la Infancia, en la última década han muerto dos millones
de niños; seis millones se han quedado sin hogar; 12 millones han resultado
heridos o discapacitados; y hay por lo menos unos 300.000 niños soldados que
participan en 30 conflictos en distintas partes del mundo.
Los niños son particularmente
vulnerables a los estragos de la guerra. Según un estudio de la Naciones Unidas
sobre los niños en la guerra, la violencia física, sexual y emocional a la que
están expuestos destroza su mundo. La guerra socava los fundamentos mismos de
la vida de los niños, destruyendo su hogar, dividiendo sus comunidades y
mermando su confianza en los adultos.
Desde el lado de la paz, todos los
niños hacen preguntas sobre la guerra. Especialmente cuando las noticias dan
detalles inmediatos y gráficos. No siempre es posible juzgar cuándo un niño
está preocupado o con miedo sobre las noticias que oye. Contrario a los temores
de muchos padres, hablar de la guerra no va a acrecentar los temores de un
niño. Es más dañino el que los niños guarden sus temores dentro de sí mismos
que el abordar el tema con ellos. Además las guerras proveen una perfecta
oportunidad para comentar temas de prejuicio estereotipado y de agresión, así
como maneras no violentas de resolver situaciones. El mirar, leer o examinar
juntos las noticias, es la mejor manera de medir sus reacciones y de ayudar al
niño o adolescente a tratar apropiadamente la información recibida, sobre todo
cuando esa información se refiere al vergonzoso tema de la guerra y sus
consecuencias sobre la infancia, porque es una dejadez cuando la Comunidad
Internacional le falla a los niños. El último ejemplo lo estamos contemplando
en la guerra civil en Siria, donde el millón de niños exiliados por la guerra
en ese país, esto es, la mitad de los exiliados sirios, son hoy menores de edad
y el mundo desarrollado no ha hecho nada para evitarlo.
Pero el hecho más deleznable en la
relación infancia guerra, lo encontramos en el fenómeno de los niños soldado.
En estos momentos, y a nivel mundial, uno de cada 10 soldados en los conflictos
armados, es un niño. En este mismo instante hay más de 300.000 niños que están
siendo utilizados en guerras en todo el mundo. Los niños nunca deberían ser soldados, bajo
absolutamente ninguna circunstancia, niño y soldado son conceptos que nunca
deberían ir juntos.
Todos estos aspectos se agudizan en
la guerra civil, pues en ella se destruye toda la vida política, social y
económica de una comunidad. Los niños contemplan, sin comprender, como la
violencia y la crueldad de los adultos irrumpe en sus vidas cotidianas, en sus
mundos infantiles de fantasías y de juegos, ven como se rompe el hogar familiar y se dispersan los miembros
de la familia, y, muchos de ellos se enfrentan por primera vez con la realidad
de la muerte, del exilio y de la explotación.
El exilio es un tema muy particular.
Si una vez terminada la guerra, aquellos niños evacuados al exterior retornan a
su país de origen, se reagrupan con sus familiares en un país extranjero ya
como exiliados, o permanecen solos en el país que les acogió en un primer
momento, las consecuencias psicológicas serán diferentes en función de esas
circunstancias, pero de una u otra forma, esas consecuencias se mantendrán a lo
largo de toda la vida. Este hecho puedo dar fe de él pues lo he vivido muy de
cerca, ya que mi suegro, fallecido el 17 de Marzo de 2013, fue un niño exiliado
a México durante nuestra guerra civil que como otros niños tuvieron que
abandonar España. Las expediciones infantiles tuvieron como destinos
preferentes Francia, Inglaterra, Bélgica y Rusia, y en menor medida países como
Suiza, Dinamarca, Noruega y México. En principio se concibieron como estancias
transitorias, pero la derrota republicana convirtió para muchos la evacuación
temporal en exilio definitivo, bien por decisión de los propios padres de no
regresar a la “España de los vencedores”, bien por las trabas puestas para
facilitar la repatriación, como sucedió en el caso de la Unión Soviética y
México. Los cálculos más fiables hablan de 30.000 menores evacuados durante la
guerra y de 70.000 niños víctimas del éxodo iniciado en 1039.
Hasta el momento de su muerte a los
82 años, los recuerdos de su vida en el exilio estuvieron presentes. Un exilio
que se mantuvo desde sus 6 años de edad hasta los 18, cuando regresó desde
México a un país de vencedores y limitaciones, teniendo que readaptarse a unas
condiciones muy especiales.
A sus 6 años, junto con dos
hermanos, fue arrancado de sus padres, embarcado en un navío (el Méxique”) en
Burdeos en dirección a Veracruz y bajo el auspicio de presidente Cárdenas,
fueron objeto de un recibimiento entusiasta en Morelia (estado de Michoacán).
Sus diez años de exilio dieron “para muchos recuerdos” en lo tocante a lo
afectivo, a la extorsión, a la frustración, a la violencia, al miedo, a la
dureza, aunque también a la camaradería y la resiliencia.
La última conversación que mantuve
con Julio, antes de que enfermara, fue en Noviembre de 2013 y versó
precisamente sobre su recuerdo de cómo tuvo de despedirse con seis años, de su
madre, de su padre y demás familiares; de cómo transcurrieron sus primeras 24
horas de viaje llorando, con frío, desorientación y sobre todo “miedo”: “No
puedo comprender cómo lo pude resistir”. “Menos mal que iba con mi hermana
mayor, que aunque niña, me cuidaba a mí y a mi hermano como si se tratara de
una madre”.
Era una historia que le había oído
contar muchas veces, pero esta vez percibí una connotación emocional muy
especial. Era un domingo de Noviembre y la TV estaba dando noticias sobre la
guerra civil Siria; la noticia hacía
referencia a una guerra que estaba provocando más refugiados y desplazados que
ningún otro conflicto en el mundo, seis millones en total. La brutalidad del
dato, junto con la presencia dominical de su nieto de cuatro años, activaron en
este octogenario una “memoria emocional a largo `plazo” que se dirigió de
inmediato al sufrimiento de los niños en las guerras. Algo que él sabía muy
bien, pues lo había vivido muy de cerca, marcándole para toda la vida.
En las guerras, los niños huérfanos
o separados de sus familias deberían tener derecho a la identidad, la
protección y un lugar donde se garantice su seguridad física. Las necesidades
de educación también deberían estar contempladas y sobre todo que los niños
separados de sus familias se reencuentren con ellas, y ningún niño menor de 18
años debería empuñar ninguna arma.
En los últimos diez años, como
resultado de guerras comenzadas por adultos, más de un millón de niños han
muerto en los últimos años, y un incontable número de niños ha sido enfrentado
a la angustia de la pérdida de sus hogares, sus pertenencias y personas cercanas.
En estas circunstancias todos los elementos necesarios para el desarrollo de
los niños, son seriamente coartados y los
daños psicológicos de los conflictos armados son incalculables e imperecederos
para toda la vida.
A la memoria de Julio Parreño
y a todos los niños que han padecido, padecen y desgraciadamente padecerán las consecuencias del exilio por causa de las
guerras.
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